Calores, almohadas y malos despertares


Echar una cabezada después de comer es costumbre más internacional de lo que parece, previene la ansiedad, favorece memoria y rendimiento y nos redobla fuerzas

María Lastra
La Nueva España http://www.lne.es/ 

Dicen que la palabra siesta viene de «la hora sexta» de la que hablaban hace veinte siglos los romanos. La idea es como sigue: La humanidad ha mantenido un régimen de horarios vitales durante cientos de miles de años: despertar con el alba, comer al mediodía e irse a dormir con el ocaso. En medio, justo en medio, esa hora sexta para recuperar fuerzas.

La siesta pasa por ser un invento español, pero está más extendida de lo que pensamos. Numerosos estudios revelan sus cualidades positivas: reduce el riesgo de infarto, previene la ansiedad, la presión o el estrés. Favorece la memoria y los mecanismos de aprendizaje y mejora el rendimiento. El cuerpo humano está programado para dormir un rato durante la tarde sin que eso impida el descanso nocturno. De hecho, se verificó que la siesta aumenta la concentración, la productividad y la creatividad.

Cuando hablamos de siesta hablamos necesariamente de sobremesa, es decir, del tiempo inmediato posterior al almuerzo, la comida más copiosa en España. Después de comer la temperatura del cuerpo desciende porque buena parte de nuestra energía corporal se concentra en el proceso de la digestión. Casi todo el mundo sufre durante este período una cierta sensación de sueño, muy relacionada también con el reloj biológico que nos produce sueño cuando llega la noche. Muchos de los accidentes de tráfico que se producen en horas de sobremesa tienen que ver con esa somnolencia al volante. 

Ni la siesta es una costumbre de perezosos ni una forma de matar el tiempo para ociosos. El pediatra neurofisiólogo y especialista en medicina del sueño, Eduardo Estivill, justifica la siesta como «unos minutos de descanso que aumentan el rendimiento intelectual y el bienestar de la tarde».

Para los mayores puede ser una forma de evitar medicamentos. Se trata, en todo caso, de que la siesta no impida dormir por la noche, teniendo en cuenta que cuando llegamos a cierta edad cinco o seis horas de sueño continuado pueden ser más que suficientes para iniciar la nueva jornada en plenitud.

¿Qué entendemos por siesta? Cada cual tiene su teoría. La siesta debe ser breve y no realizada en cualquier sitio y de cualquier manera. Una cabezada en mala postura en el sofá de casa puede provocar efectos colaterales y ¿de qué nos sirve recuperar fuerzas si acabamos con un terrible dolor de cervicales?

Hay algunos consejos básicos. 

1.- Es mejor buscar un lugar de ambiente fresco, sin agobios de calor pero sin corrientes de aire.

2.- Es bueno que la habitación tenga una iluminación tenue, bien natural o bien artificial. Nada de oscuridad total, no sea que acabemos la siesta a las nueve de la noche.

3.- Aunque no tengamos la percepción de necesidad es conveniente cubrirse con una prenda ligera (nada de mantas) para mantener la temperatura corporal más o menos estable. Es necesario dejar seguir trabajando a nuestro aparato digestivo.

4.- La postura. Hay médicos que aconsejan una siesta en horizontal. Echados mejor que sentados, aunque la posición totalmente horizontal puede ser contraproducente para las personas con digestiones pesadas.

5.- El tiempo. Hay muchas variantes al respecto. Hay quien aconseja que no se vaya más allá de diez minutos. Otros, que la duración ideal son veinte minutos. Lo que en Asturias se conoce como un «pigazu». Nunca más de una hora. Si de forma regular se mantuviera esa siesta prolongada el médico probablemente intuiría que la persona tiene algún trastorno ligado al sueño. Una siesta demasiado larga puede esconder una incapacidad para el descanso nocturno. Dormir más tiempo del recomendado puede alterar de forma negativa el estado de ánimo.

6.- El atuendo. La mayoría se lanza a la siesta tal cual, sin necesidad de cambios de ropa. Hay quien se toma la molestia de ponerse el pijama, quizá pensando en un sueño más largo del recomendable. «Siesta de pijama, padrenuestro y orinal», frase típica del país, en épocas en las que, sin duda, había bastante menos que hacer.

La siesta en España fue una costumbre que igualaba clases sociales. Los ricos la disfrutaban por placer en las antiguas casas de postín, ésas que salen en las novelas históricas del XIX; los pobres, que se levantaban con las primeras luces del día, por supervivencia.

Como la tecnología avanza pero las costumbres permanecen, ahora encontramos cabinas en aeropuertos para echar una cabezadita y hoteles -sin ir más lejos en España- donde permiten el uso de una habitación en horas de siesta (¿permiten siestas en compañía?).

En Nueva York se encuentran locales de alquiler de pequeños habitáculos para lanzarse en brazos de un sueño reparador en medio del bullicio de la Gran Manzana. Todo sea por reponer fuerzas, que falta hace.

Con el calor. La siesta está más ligada a los países mediterráneos. No hace falta ser un experto para entender por qué: el calor. Las horas de la siesta, las del mediodía, son las que, en algunas épocas del año, las altas temperaturas impiden realizar otras actividades. Es un descanso obligado.

Me sienta fatal. Cuidado con la siesta. Cada organismo es un mundo y hay quien diez minutos de duermevela le arruinan la jornada. Cuando la siesta sienta mal se nota en el estómago y en la cabeza. Mejor no insistir aunque no sepamos las causas exactas de ese malestar. Y de ese malhumor.

Libros reivindicativos. Cada cierto tiempo se publica algún libro que, en el mundo anglosajón, «descubre» la siesta. El último de gran éxito lo firmó la psicóloga norteamericana Sara Mednick: «Échate una siesta, cambia tu vida».

El kit de la siesta. Algunos, acostumbrados a la siesta y a los viajes, o que no comen en casa, se llevan aparataje incorporado. Una almohada en forma de U, unos tapones en los oídos y un antifaz para evitar las luces excesivas.

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Fuentes:Medios de Comunicación y Prensa

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