Sabater Pi, el último naturalista, fallece a los 87 años

Barcelona - Catanzaro A. Madridejos

Suena a tópico, pero si Jordi Sabater Pi hubiera vivido en otro país sus trabajos sobre chimpancés y gorilas serían conocidos por todos. Quizá habría cátedras universitarias y calles con su nombre. Sabater nunca tuvo una película en Hollywood como su colega Diane Fossey, pero sus investigaciones pioneras dieron la vuelta al mundo y llenaron cientos de páginas de literatura científica. Aquí, en cambio, fue inmortalizado por el desgraciado mérito, como él mismo lo definía, de haber descubierto al gorila albino Copito de Nieve. Los reconocimientos le llegaron en la madurez, casi en la vejez.

El miércoles falleció en su casa de Barcelona víctima de un infarto cerebral. Tenía 87 años recién cumplidos. Según declaró su hijo Oriol, el naturalista había mantenido una encomiable actividad intelectual hasta que hace apenas un mes sufrió el infarto. Estuvo ingresado 10 días en el Hospital del Mar, pero posteriormente fue trasladado a su casa. Su vida se acababa. Murió rodeado de todos los recuerdos que se trajo de su larga estancia en África. Dibujos y fotos colgaban de las paredes.

La capilla ardiente se podrá visitar hoy durante todo el día en el tanatorio de Sancho de Ávila. El investigador será enterrado mañana en el cementerio del Poblenou, donde también reposa su mujer. A las dos de la tarde, explicó su hijo, se celebrará una despedida «no religiosa» y se le rendirá un homenaje por toda una vida dedicada a la ciencia.

«Estoy harto de Copito: es solo una anécdota en mi trayectoria»

La última entrevista de Sabater Pi en EL PERIÓDICO

INTERÉS TOTAL.- «En cierto sentido, Sabater fue el último naturalista», recuerda Jordi Serrallonga, alumno suyo y director del grupo Homínid del Parc Científic de Barcelona (PCB). Cuando estaba en un bosque, no se fijaba solo en

los primates, que eran su especialidad, sino también en los pájaros, las plantas y las etnias que lo poblaban, recuerda Serrallonga. «Le interesaba todo», coincide Montserrat Colell, también alumna de Sabater y profesora de Etología de la Universitat de Barcelona (UB). Sabater es conocido sobre todo por sus estudios de primatología, pero a él le gustaba recordar, por ejemplo, que fue el descubridor de una especie de rana gigante, la goliat del río Mbia.

La selva africana fue el primer amor y una pasión perpetua. A los 17 años, inmerso en la miseria que siguió a la guerra civil, decidió irse a trabajar a una plantación de cacao y café que poseía un familiar en la isla de Fernando Poo (hoy Bioko, en Guinea Ecuatorial). «Conservo un nostálgico recuerdo de aquellos tiempos, una época en la que África guardaba todavía gran parte de su legendario misterio y leyenda», explicaba. También expresaba su amargura actual: «Los occidentales la tratan sin generosidad, cuando tendrían que ir allí y besar la tierra».

LENGUA FANG / Sabater fue uno de los contados occidentales que se han interesado por la cultura local, hasta el

punto de aprender la lengua de los fang. Su primer trabajo científico fue justamente en este campo: un libro ilustrado sobre los tatuajes de esa etnia. «Hace no mucho, paseando por Barcelona, nos cruzamos con unas chicas africanas», recuerda Celia González, responsable del archivo que Sabater legó a la UB, «Al verlas, me dijo que eran fang, y se dirigió a ellas en su idioma: las dejó pasmadas».

Tras dejar la plantación, Sabater logró en 1958 un trabajo de conservador en el recién creado centro de fauna de Ikunde, dependiente del Ayuntamiento de Barcelona. Y fue entonces cuando empezó a desarrollar su principal aportación al mundo de la zoología: la cultura no es exclusiva de los humanos.

Sabater comprobó que los chimpancés no solo eran capaces de usar bastones para atrapar termitas escondidas en troncos, sino que además transmitían sus conocimientos de generación en generación. «Decir que los animales tuvieran cultura no era nada fácil entonces», recuerda Miquel Siguan, profesor emérito de Psicología de la UB. Sabater,

como popularizó luego Fossey, también desarrolló técnicas de acceso al mundo de los simios. «Para que no se pongan nerviosos, prácticamente tienes que aguantar la respiración», relataba. El mérito del zoólogo era enorme porque no tenía estudios universitarios, aunque lo compensaba con una gran pasión lectora y una inagotable cabezonería.

«Cuando Sabater presentó su tesis, el profesor de antropología cultural se escandalizó», prosigue Siguan. No obstante, su visión acabó imponiéndose: el naturalista se convirtió así en el introductor en España de la etología, una joven disciplina que se proponía de estudiar el comportamiento de los animales. Quizá este interés se explique por su empatía con los grandes simios. «Su enorme corpulencia y rasgos humanoides emergiendo, silenciosos y ajenos a mi presencia entre la espesa flore

sta, dejaron en mí una huella indeleble», relató en una ocasión.

Su pasión por la naturaleza se manifestó en los últimos años en su preocupación por el medio ambiente. Colell recuerda que su obra es una lección de humildad que coloca a la especie humana es su lugar: somos animales.



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Fuentes:Medios de Comunicación y Prensa

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